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= 670= de rodillas, según piadosa costumbre, y besaba los pies del Padre Santo, quien al entregar la ofrenda decía: «Recibe la Rosa de nuestras manos, que aunque sin méritos, tenemos en la tierra el lugar de Dios. Por ella se designa el gozo de una y otra Jesusa- lén; es, á saber, de la Iglesia triunfante y militan- te, para la cual á todos los fieles de Cristo se ma- nifiesta aquella flor hermosísima, que es gozo y co- rona de todos los santos. Recibe ésta tú, hijo ama- dísimo, que eres noble según el siglo, poderoso y dotado de gran valor, para que más y más te en- noblezcas en Cristo Nuestro Señor con todo género de virtudes, como rosa plantada junto á río de aguas abundantes, cuya gracia, por un acto de su infinita clemencia, se digne concederte el que es Trino y Uno por los siglos de los siglos. Amén. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Bendición de la “Rosa,, en nuestros días Aunque andando el tiempo la ceremonia perdió aquella antigua solemnidad y pompa, sin embar- go, conservó sus principales ritos. El Pontífice no oficia ya en la Misa, ni sale de su palacio, como en otro tiempo, en solemne procesión, para excitar con la presencia de la rosa bendita la alegría del pueblo creyente. Se bendice ahora en la sala de los ornamentos, colocada la rosa sobre un altar en un hermoso jarrón. El Papa recita algunas oraciones del Pontifical romano. Después unge la rosa, según el rito antiguo, con el santo crisma, y derrama so- bre ella un polvo perfumado de almizcle balsámi- co 6 incienso, y hace la aspersión con el agua ben-

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