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conceder Dios la gloria de sacar triunfante á la Iglesia del banquillo de los acusados, donde había sido llevada por el Gran Oriente español Morayta, á nombre de la masonería. Sus grandes lides en el Parlamento fueron siempre por Dios y la patria. La última vez que habló fué con ocasión de la im- pía ley de Romanones contra las Comunidades re- ligiosas. El, que conocía al pueblo español mejor que el Gobierno, exclamó dirigiéndose al Ministe- rio allí presente: «La primera y la única comuni- dad que el fatal decreto disolverá, es esa.» El Mi- nisterio cayó y la ley sectaria fué arrinconada. A la muerte de Nocedal, todos los grandes dia- rios liberales á quienes sin tregua había combati- do, convinieron en un mismo juicio, estampando en sus columnas, por separado, lo que en un solo número había de decir La Tradición Navarra: «Ramón Nocedal... el esforzado paladín, sa- pientiísimo y clocuentisimo defensor de la Religión católica en el mitin, en el periódico, en la prensa, en el Foro, en el Parlamento; el demoledor de toda herejía, de todo liberalismo; el caudillo ilustre de fe ardiente é inquebrantable, de entusiasmos inex- tinguibles, de sagacidad inmensa, de elocuencia arrebatadora y soberana, de talentos extraordina- rios; el cristiano fervoroso de vida privada inta- chable é inmaculada y vida pública gloriosa y he- róica, que consagró todos sus talentos, elocuencia y habilidad, entusiasmos y energías, á la defensa de Cristo y de su Iglesia, al triunfo del Reinado so- cial de Jesucristo, siguiéndole siempre, sin claudi- car jamás, luchando como un héroe, como un már- tir... ha muerto como un santo. Madrid 1 de abril de 1907.»

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