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= 959 = sobre sí la elección, pasó toda la noche llorando y rogando á Dios le librase de peso tan «abrumador. Los Cardenales, unos y otros y todos juntos no ce- saban de rogarle á él que aceptase el Pontificado y admitiese la elección. ¡Cuán lejos estaba el ac- tual Papa de pensar en elevación! Precisamente la muerte de León XIII que le llevó al Cónclave, le impidió ingresar en su predilecta Orden Capuchi- na, en la cual estaba ya recibido, renunciando el Patriarcado de Venecia. Tanto fué ensalzado, cuanto quiso humillarse. Hemos dicho que luego de la aceptación del Pontificado por el elegido, le rinden el homenaje de adoración todos los Cardenales. Mientras esto tiene lugar, el más antiguo pide licencia al Papa para anunciar la elección á la gente de fuera. Hay eran multitud en la plaza del Vaticano que espera ansiosa la noticia. La excitación de aquellos mi- llares de fieles crece por momentos. El albañil tira el tabique que tapa el gran balcón. Aparece la eruz papal con los acólitos, el maestro de ceremo- nias, maceros, etc., seguidos del Cardenal, quien dirigiéndose á la multitud, ya silenciosa, muda co- mo por encanto, pronuncia estas palabras: «Us anuncio nuevas de grande alegría. Papam habemus eminentissimum ac reverendissimum dominum N. N. qui sibi impossuit nomen N. N.» Tenemos Papa al eminentísimo tal, que ha to- mado tal nombre. Inmediatamente resuenan los vivas y aclama- ciones de la multitud, esperando se presente el Pontífice para recibir arrodillada su bendición. Las campanas de San Pedro tocan alegre y solem- nemente, uniéndose á ellas las de todas las iglesias y Al | bl Ñ
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