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= 56 = nos del Papa, mientras el elegido á su vez, le da en ambos lados del rostro el beso de paz. Así lo hacen todos los Cardenales sucesivamente y des- pués los oficiales del Cónclave. ¿stas escenas son tiernísimas, sin duda, pero no menos tiernas son las que se suceden particularísi- mas á la elección de cada Papa. Citaremos la de los tres últimos para no ir más lejos. El Cardenal Mas- tai Ferretti (Pío IX) era escrutador. Leyó su nom- bre en tantas y tantas cédulas y todas sin interrup- ción, que empezó á turbarse y á temblar. Su mano se extremecía al meter los dedos en el cáliz y to- car la papeleta. Diez más, veinte más, todas se- guidas á su favor. Ya hacía rato que no podía con- tenerse, su voz estaba completamente embargada, el llanto no le dejaba continuar, sus ojos se nubla- ron y arrasaron en lágrimas, y con gemidos rogó á la Asamblea augusta, que haciéndose cargo de su turbación, designara á otro Cardenal para con- tinuar contando los votos. La emoción profunda le había hecho olvidar que hubiera sido nula la elección si se interrumpe interviniendo otro escrutador. Mas felizmente lo recordó lleno de interés el Sacro Colegio. «Sose- gaos, descansad un poco, que ya esperaremos;» exclamaron todos los Cardenales. Mastai desfalle- cia completamente. Los más jóvenes, agrupándose en torno de él, le obligaron á sentarse, y uno de sus colegas le presentó un vaso de agua. A pesar de todos los cuidados continuaba trémulo, silencio- so, inmóvil. Nada oía, nada veía, y dos ríos de lágrimas surcaban sus mejillas. Parecía que su vi- da pendía de un voto más. Esta profunda y verdadera emoción, producida

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