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= 50 = tivos órdenes, visitan escrupulosamente todas las piezas, hasta los últimos rincones, para convencer- se de que no existen dentro más que las personas autorizadas para ello, que son, además de los Car- denales, los conclavistas de los mismos, el sacris- tán y subsacristán del sacro Palacio, los maestros de ceremonias, el secretario del sacro Colegio, que lo es también del Cónclave, el confesor, dos médi- cos, un cirujano, un farmacéutico, cuatro barberos, treinta y cinco familiares, un albañil y un carpin- tero. Reconocidas que son todas las puertas, el maestro de ceremonias levanta auto en presencia de testigos. A los tornos pueden presentarse para recibir audiencia los embajadores. Si algún individuo del cuerpo diplomático tiene que comunicar alguna no- ta de su gobierno, puede leerla 4 los Cardenales que al efecto comisiona el Cónclave, retirándose inme- diatamente. Un Cardenal celebra la misa, todos los demás comulgan. Cada día los maestros de cere- monias advierten dos veces á lospurpurados la hora de acudir á la capilla, pronunciando en alta voz es- tas palabras de Sixto IV: «Ad Capellam Domini.» Delante del altar se halla una mesa, sobre la que se ve una tabla en la que está escrita con grandes caracteres la fórmula del juramento que debe prestar cada Cardenal separadamente en el acto de emitir su voto. Sobre esta misma mesa se colocan también dos cálices, dos patenas, y todo lo demás que es nece- sario para la operación del escrutinio. Delante están las sillas para los escrutadores. Son elegidos para el escrutinio, antes de la vota- ción, tres Cardenales. Todos los Cardenales tienen

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