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= 85? = nen su verdad filosófica, zahieran su verdad re- lativa, quiten la venda á los católicos, derra- men nueva luz sobre nuestros fingidos milagros, haciéndonos ver claramente nuestros verdaderos yerros, descubran las trapazas y mentiras; allí les espera la Congregación de Cardenales dis- puesta á lanzar al fuego los cuerpos de docu- mentos que se le muestren fabulosos, siquiera sean referentes á los milagros más comprobados de San Antonio de Padua, allí aguarda la Iglesia la ilus- tración de su crítica. Allí se decidirá el pleito; si ellos confían ganarlo, hagan el viaje, acepten el reto que de siglos les tiene lanzado Roma, no hu- yan de la ciudad ni escriban de lejos cosas que de cerca no osarían defender sin que les saliese á la cara la humillación y atolondramiento, so pena de que se les cumpliese el consabido «más puede un necio negar que Aristóteles probar». Curioso es el caso que refiere el P. Daubentón en la vida de S. Juan Francisco Regis, de cuya causa fué Postulador, en estos términos: Un Mon- señor de la Curia Romana, por la amistad que te- nía con un caballero inglés, dióle á leer las Actas del Proceso, en que se ventilaban varios milagros apoyados en idóneas pruebas. Leyó el caballero, que era calvinista, con gran contento y gusto aquellos papeles que satisfacian una curiosidad de toda su vida, y al devolvérselos al amigo curial, le dijo: «Esta si que es manera segura de probar los milagros». Si la verdad de todos los milagros que la Iglesia romana pregona se apoyase en ins- trumentos tan ciertos y anténticos, ningún motivo tendríamos para torcer el rostro, y así quedaríais y los católicos libres de las burlas y donaires con

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