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ARE A SK a can á error y no enmarañen la verdad, son pre. sentados al tribunal los atestados de médicos, ci- rujanos, boticarios, enfermos, y de cuantos toma- ron parte en la discutida enfermedad. Y como si no bastase este cuerpo de personas fidedignas, los postuladores de la causa introducen otros dos médicos de excelente doctrina, que den testimonio sobre la naturaleza de la enfermedad y sobre la recobrada salud, á quienes la Sagrada Congregación añade otros dos que miren bien por los cuatro lados el caso, y den por escrito su juicio y parecer. Todos estos dictámenes han de ser bajo juramento. A cada una de las sobredichas posiciones, el Cardenal abogado del diablo (advocatus diaboli) objeta las dificultades mas serias que pueden ofre- cerse, y no se pasa adelante sin que el Procurador (advocatus Dei) deje enteramente resueltas y sa- tisfechas las dudas del escrupuloso fiscal. Materia de réplicas halla éste en la tendencia (amor propio) de ciertos médicos de cabecera, poco aficionados á declarar la incurabilidad de un mal grave, y á librar certificado de la imprevista curación. Otros médicos, que en el curso de la en- fermedad no repararon en afirmarla incurable, y hasta en consulta convenir en que la medicina no llegaba á más y en que la ciencia ya no tenía qué hacer, y cuando la ven curada de repente, mu- dan luego de parecer, y aún se allanan á confe- sar que erraron el diagnóstico y que no tenían medido el alcance de las fuerzas orgánicas. De la prevención, incredulidad ó cobardía, de la ignorancia y de la malicia de los facultativos se aprovecha el caviloso abogado del diablo para

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