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f E RIEL ES E con señales tan manifiestas predestinó para la glo- ria del paraíso. Las virtudes y los milagros á la vez son dos argumentos de incontrastable eficacia, Las virtudes inclinan á venerar al varón que las practicó, los milagros muestran cuán gratas le eran á Dios las virtudes de su siervo; las virtudes dicen cuán perfectamente hizo lo que creía y predicaba, los milagros cuán verdadera fué su predicación y doctrina; las virtudes ostentan los esfuerzos de la humana voluntad, los milagros los extremos del divino poder: las virtudes pregonan la hermosura de la santidad, los milagros la esmaltan y la sellan con perpetua aprobación. Compendió S. Gregorio lo dicho en estas pala- bras: «Cuánta verdad predicaron de Dios los San- tos, lo testifican los milagros, porque no los hicieran sino dijeran verdad; y cuán piadosos, cuán humil- des y benignos hayan sido, lo atestiguan sus obras». Los protestantes acusan á la Iglesia de fundar sobre milagros la santidad, que es cosa interna. Esta acusación es injusta, puesto que la Iglesia prescinde en absoluto de los milagros que el sier- vo de Dios haya hecho en vida por sí ó por sus.re- liquias, sólo se fija en las virtudes heróicas. Sabe muy bien la Iglesia que caben milagros y profecías en perversos. Lo que no cabe es que Dios haga mi- lagros para atestiguar la santidad de uno que haya muerto en su desgracia, y por esto la Iglesia espe- ra la firma de Dios, que son los milagros después de la muerte, y con esta firma en el blanquísimo papel de las virtudes en vida, la Iglesia canoniza á los santos, y si nó, nó. Los milagros son de primera, de segunda, ó de tercera clase. Pero como tal milagro excede todas
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