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— varios lugares de la Escritura, donde se ordena que algunos varones justos sean venerados, antes de la resurrección final, por los vivientes, á causa de las maravillas hechas después que pasaron á mejor vida. Así deben distinguirse los bienaventu- rados canónicos de los canonizados. Aquellos cuya 11 vida gloriosa en el cielo ha llegado á nuestra noti- cia por información de las divinas Letras, como Abel, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, Elías y Ñ otros patriarcas y profetas, no menos que el Bau- tista, el Patriarca San José, los doce Apóstoles, Esteban, Pablo, el buen ladrón, la Magdalena y otros personajes; hombres y mujeres, celebrados con loor en ambos Testamentos, hemos de creer al- canzaron la corona de la inmortalidad y están se- guros en el cielo, con la misma fe con que creemos los artículos expresados en las propias Escrituras. A otros varones veneramos como poseedores de la gloria, no porque tengamos noticia de su santidad por divinos oráculos, sino porque dan nuevas de ella informaciones humanas - merecedo- ras de todo crédito: tales son los conmemorados en el Canón de la Misa, Lorenzo, Inés, Cecilia, Anas- tasia, Lino, Cleto y demás, cuya gloriosa muerte i fué notoria á todo el mundo y encomiada por la Iglesia universal. Pero otros fieles han florecido en la Iglesia de Dios, que después de esparcer suave 8 olor de virtud por algunas diócesis, fueron reve- renciados y tenidos en grande estima por aquellos pueblos donde habían dejado rastros de admirables ejemplos. La santidad de estos héroes, provincia- les'ó nacionales, hácese conocida en todo el mun- z do: por el juicio solemne de la Iglesia en los decre- divina, en cuanto á la substancia, como consta de | PP (tem e A e A

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