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— Y) garse al sueño, temiendo no amanecer vivo, y sé despertaba sin reposo, oprimido su pecho, agitado por lúgubres pesadillas. Entonces se levantaba y esperaba la salida del sol paseándose por su dormitorio. Una vez, el es- panto que se apoderó de él, fué tan grande, que mandó enganchar el coche y fué á descansar al palacio del principe Doria; y eso que cuidaba mu- cho de no ocupar la habitación pontificia, lo cual había hecho saber á Pío IX como para excusarse. Pues, á pesar de todas sus precauciones, y de to- do su espanto si moría en el Quirinal, sus presen- timientos de morir en él se cumplieron. Había pasado las Navidades en Turín, pero de- bía venir á Roma para las recepciones de primero de año. Inmediatamente de recibir los honores reales quiso retirarse de Roma, pero era ya tarde. En uno de sus insomnios había abierto el bulcón para respirar más libremente, y respiró la enfer- medad que luego le llevó ál sepulcro. Ya no pudo presidir el gran banquete. Por él lo hicieron el principe Humberto y la princesa Margarita. El día de Reyes fué para él terrible. Siente que se agra- va y ruega encarecidamente se le saque de Roma. Le horrorizaba morir allí. Los médicos comenza- ron á temer seriamente que el augusto enfermo fuese atacado de una apoplejía y le sangraron dos veces. Suplicó entonces con toda instancia se le sacara de palacio, pero tampoco se le pudo satis- facer porque la enfermedad no lo consentía. Thiers había dicho poco tiempo antes: no sé lo que tiene la carne del Papa, que todo el que la come re: vienta. Presa de una agitación extraordinaria re- petía con acento angustioso: Portate mi via di qua

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