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¿No estoy yo en situación mucho más comprome- tida que la de Su Santidad? ¿Quién dice á Y. que hoy mismo no he ser asesinado? ¿Quién me ase- gura que no está minada y va á asaltar de un mo- mento á otro la casa que habito? ¿Se atreveria V. á responder de que no ha de estallar una revo- lución radical en Italia? ¿Puedo yo contar con las Cortes, ni con la milicia, ni con el ejército, ni aún con mis ministros? Yo, como el que camina hacia el mar, voy siempre perdiendo tierra. Para mí, ya todo se re- duce á vivir de milagro.» Otro corresponsal decía: Víctor Manuel tiene un miedo horrible al diablo, al puñal del asesino y á la pobreza. Por las noches suele despertarse lleno de terror, y exclamando: «¡Favor! ¡Agua bendita! ¡Que me lleva el diablo! ¡Satanás me arrastra por los cabellos! ¡Que me sepulto, que me sepulto en los infiernos! ¿Quién se acordará de mi el día en que yo caiga en desgracia? Yo que á tan- tos principes he despojado y arruinado, no puedo encontrar misericordia en ninguna parte. ¡Ni aún mis hijos me aman! Se horrorizaba de permanecer en Roma'des- pués de la ocupación y de haber convertido en residencia del rey de Roma el palacio del Quiri- nal, arrebatado á la Santa Sede. El pueblo estaba convencido de que de noche huía con secreto terror á dormir á otra parte. Su presentimiento de que algo desgraciado le ocurri- ría en el Quirinal, le hacía entrar en él temblando y ocuparlo intranquilo día y noche. Si alguna vez no tenía más remedio, porque -las cireunstancias le obligaban á pernoctar, no se atrevía á entre-

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