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= 476 = al rey de Cerdeña en posesión de la mayor parte de los Estados Pontificios y de los ducados de Par- ma y de Módena, del gran ducado de Toscana y del Reino de las Dos Sicilias. Transcribiremos el juicio que formó de él un célebre publicista italiano: A Cavour debe la Revolución los triunfos y laureles de que se muestra más orgullosa; pero también á él es 4 quien debe Italia sus mayores desgracias. Cavour fué el que sedujo al pueblo, corrompió la prensa y colmó de recompensas á hombres fal- tos de mérito, que fueron sus cómplices en el plan de dividir la Italia para fundirla en una sola. Ca- your fué quien declaró á Roma capital de Italia; Cavour quien apoyó á los revolucionarios de Par- ma, de Módena, de Toscana, de Nápoles y de Sici- lia; Cavour quien organizó la invasión de las Mar- cas y la Umbria. Bajo el ministerio de Cavour, la Iglesia no tuvo paz; el clero fué perseguido; la honradez convertida en burla; los juramentos más sagrados fueron violados, y hasta al Soberano Pon- tífice se le afligió de la manera más brutal. Cavour había llegado al apojeo de la gloria. Monumentos, medallas, inscripciones, debían eter- nizarle en el porvenir, y ya se preparaba á entrar en la ciudad de los Papas para enarbolar sobre las siete colinas la bandera tricolor italiana. Pero Dios había contado sus pasos, le habia permitido recorrer en triunfo la Italia, y le dejaba ver abiertas las puertas de Roma. De repente su inteligencia se turba; su mano, que había escrito tantas notas y protocolos, tiem- bla, está fumando un cigarro y lo tira porque se

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