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SO tuales, y rechazando reconciliarse con la Iglesia cuantas veces se le ofreció sacerdote y sacramen- tos. Su testamento era breve, pero lleno de odio contra la religión. Su testamentario, Barbet, lo ejecutó al pie de la letra. Dispuso que el cadáver fuese llevado al cemen- terio sin pasar por ninguna Iglesia. Así se hizo, y fué enterrado. El sepulturero preguntó si se le pondría una eruz. No; le contestó Barbet. Como si la soberbia de La Mennais viviera en su cadáver, no quiso su- frir sobre su cuerpo ni el peso de una losa, ni si- quiera el de una cruz. La Mennais demostró en su vida y en su muerte que la ciencia y el talento se pierden para siempre cuando se separan de la luz de la verdad y del faro de la Iglesia, que á todos debe guiar en su camino, al ignorante y al sabio. CAVOUR, MINISTRO DE VICTOR MANUEL II, Rey DEL PIAMONTE. La revolución italiana, que animada por su es- piritu propagandista, é impulsada por su odio á la Iglesia y á los soberanos que conservaban en Italia las tradiciones católicas, había decretado la des- trucción de sus tronos seculares para establecer sobre sus ruinas la unidad italiana, sólo necesitaba un hombre que por su actividad, astucia y maquia- vélica política llevara á cabo aquella empresa, hoy terminada á fuerza de sacrilegios, traiciones, deslealtades y crímenes. Este hombre impío, fué Cavour. Ayudó secre- tamente á otro impío como él, Garibaldi, á derro- car el trono de Nápoles. Fué también el inspirador y director de aquella usurpadora política que puso

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