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= 465 = conservan eternamente su veneno. A todos quiso dejar sin Dios para ser él el idolo de todo el mun- do. París le coronó, Sodoma le hubiera arrojado de su seno. ¿No habéis observado, dice José de Maistre, que el anatema divino está impreso en su rostro? Contemplad su figura en el palacio del Er- mitage. Mirad su frente abyecta, en que no apareció jamás el colorido del pudor; mirad esos dos cráte- res apagados donde parece hierven todavía el odio y la lujuria, esa boca repugnante, abierta de la una á la otra oreja; esos labios comprimidos por cruel malicia, como un resorte dispuesto á aflojar- se para lanzar la blasfemia y el sarcasmo. Guerra al infame, (4 Jesucristo) era su divisa, y se propuso borrar el Evangelio de la memoria de los hombres. Viendo que no podía lo escarneció cuanto pudo. Ahora lo va á escarnecer á él Dios. Habla su médico de cabecera, monsieur Tron- chin: «Si los pretendidos espíritus fuertes ó los fal- sos filósofos que Voltaire había engañado viviendo, se hallaran presentes á su lecho, hubieran quizá detestado su filosofía á vista de tan funesto espec- táculo. Estaba el infeliz en cueros sobre su lecho, porque el ardor de sus entrañas, que inflamaba todo su cuerpo, le dejaba incapaz de sufrir ni siquiera una sábana que tapase sus vergilenzas. Solamente se rebozaba con sus inmundicias, y encendidos sus ojos como dos tizones, blasfemaba y pronun- ciaba, no ya bendiciones de patriarca, sino maldi- ciones de un endiablado, acompañadas de duros golpes que tiraba á las personas que le servían. Estas le daban el nombre del endemoniado, y di- a

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