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naria crueldad. Cruel hasta consigo misma, pues su única oración á Dios en quien creyó siempre, era ésta: «Señor... dadme cuarenta años de reina- do, aunque después vaya al infierno». La verdad es que Dios la oyó, dándole tado el tiempo que su- plicaba, y en el que ciertamente no hizo mérito ninguno para el cielo, sino muchos y muy de sobra para ir al infierno. Se constituyó en papisa de la Iglesia de Inglaterra, nada de Roma. Se incluyó en el catálogo de los Santos llamándose Isabel, Virgen, ella que públicamente vivía amancebada con ocho amantes, ella que hizo decretar á las Cortes que sería ejecutado cualquiera que negase el derecho de sucesión á sus hijos, y era soltera. ¡Es horrible la madre de los protestantes! En un arrebato de cólera mató al más querido de todos sus queridos, al Conde de Essex. Esto la sumió en una tristeza tan profunda que la llevó al sepulcró el año 1603. Dejó en polvos de oro que usaba para el cabe- llo, lo suficiente para mantener un año el ejército; y en su guarda-ropas tres mil vestidos de reina. Por no extendernos, omitimos el fin desastroso de los miembros del parlamento inglés y los Lores que tomaron parte en el despojo de la Iglesia y persecución de los católicos en tiempo de Enrique y de su digna hija Isabel. MARÍA DE ZUZAYA. Era la principal de la secta llamada de los Brujos, en Zugarramurdi. Sociedad secreta, llena de horrorosos crímenes. María fué ahorcada, y quemada con diez más, el año 1610. JANSENIO, OBISPO DE IPRES. Como si la reforma protestante no hubiera sido

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