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A as = 454= «Vivir á la luterana...» era pasar la vida entrega- dos á la más repugnante orgía. Catalina miró al cielo, y él le dijo, que aquello no era ya para ninguno de los dos, porque habian dejado su santo estado.—Pues volvamos á él.—Es tarde; está muy atascado el carro. Lutero arrastró hasta su muerte, 1546, una vi- da agitada por remordimientos espantosos; su alma era un infierno anticipado, y continuamente creía ver una legión de espiritus infernales que le per- seguían. Agitado día y noche por los más funestos presentimientos, y sin fe (1) ninguna en su nueva doctrina que sabía ser soberbia y herejía, sólo se le oía nombrar á todas horas á Satanás. ¡¡¡Divina misión la suya!!! Si lo fué, faltó á ella. La crítica histórica, al fin, descubre las super- cherías que circunstancias locales ó intereses par- ticulares han ocultado largo tiempo: cuarenta y seis años transcurrieron sin saberse la verdad s0- bre el horrible drama de Eisleben. Un testigo ocular, el ayuda de cámara de Lute- ro, quedó tan asombrado de este siniestro suceso, que renunció al protestantismo é ingresó en la Igle- sia Católica. Arrepentido y queriendo confesar la verdad, reveló el hecho, que en Alemania publicó el célebre historiador Tomás Boxio en su obra de Signis Ecclesia, donde leemos que Lutero, después de haber cenado copiosamente, se fué al lecho y apareció ahorcado. La autoridad de Boxio nunca ha sido desmenti- da; pero no consigna los pormenores del drama (1) Jorge Joanneck: Norma yitre.

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