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20 ATAR =— 398 = La impía Babilonia, de la que pudo decirse con el poeta: «La gran ciudad no es más que ún de- sierto»; la corrompida Samaria, la idólatra Men. fis, las abominables ciudades de Sodoma y Gomo- rra, la belicosa Nínive, la fanática Pelusa, la rica Sidon, y la Jerusalén deicida, dan testimonio de esta verdad. Sólo Roma, que en perfidia, impiedad, idolatría y corrupción llegó á superar las abominaciones de todas las ciudades antiguas y modernas, eludió es- ta terrible ley de la historia; pero la ciudad rega- da con la sangre de millones de mártires vive aún, para consuelo y edificación de los fieles, que ven erigido en ella, sobre las ruinas del gentilismo y del imperio más vasto de la tierra, el solio del Vi- sario de Jesucristo. Roma vive, porque estaba destinada á ser la señora de las almas, la maestra de la verdad, como había sido la dominadora de las naciones y la maestra del error. Roma vive, porque es el lugar en que Jesucristo colocó la Piedra sobre la cual fundó su Iglesia, y las puer- tas del infierno no prevalecerán contra ella. Pero si la ciudad santa de la nueva Ley vive todavía y vivirá siempre, la ciudad santa de la fe y antigua pereció, porque, después de desconocer á su Salvador, de escarnecerle y de presenciar con aplauso los dolores de su Pasión y desu muerte, no podia eludir el terrible castigo que Dios la ha- bía anunciado por su propia boca y por boca de sus Profetas y Evangelistas. Los mismos judios pidieron que la sangre de Jesucristo cayera sobre sus cabezas y las de sus hijos; y ellos mismos, que no quisieron el yugo sua- ve de Jesús, cansados de la tiranía y avaricia de

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