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SPAN e preciosas (1), el ilustre abogado se encontraba peor que nunca, postrado en el lecho. Sin esperan- zas de curación por parte de los médicos, suplicó como último remedio llevaran la milagrosa imagen á su cuarto. Los que le rodeaban decían con befa que si sa- nara, entonces creerían en los milagros de la Virgen, El desahuciado se dirigió 4 Santa Catalina de Sena, lleno de ternura y diciéndole confiado: ¡Querida Santa! yo he escrito de vos en los «Quince Sábados», que os quejáis desde el cielo por los pocos que acuden á vos para recibir gracias, como si en el cielo hubiera disminuido el poder que acá en la tie- rra os concedió el Señor. Y ¿cómo mis lectores darán fe á mis palabras, si yo que las escribí no soy el pri- mero en recibir la gracia? Y ¿cómo creerán en los milagros de la Virgen de Pompeya si ella deja mo- vir á aquel que los publica, y promueve la edifica- ción de su templo? Hacia la media noche abrió los ojos, habiendo desaparecido la fiebre juntamente con el dolor agu- do de la nuca y espaldas, y los primeros rayos del naciente día hirieron agradablemente sus pupilas, que desde mucho tiempo no podían soportar la luz. Y el historiador de las maravillas de Pompeya, el instrumento de los designios de María, vivió, y vive aun sosteniendo el enorme peso de las obras de Pompeya y de la publicación de dos periódicos, consagrado enteramente al servicio de la Virgen. (1) Nótese que fué coronada la Sma. Virgen de Pom- peya sólo tres años después de haber sido expuesta á la ve- neración. ¿Qué otra imagen en el mundo cristiano alcanzó tal triunfo?

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