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= 287= pa (20 de junio del año 1555) que declara invá- lidas las elecciones de los Obispos anglicanos. (1) (1) En el primer año de este pontificadu entró á reinar como rey de España el gran Felipe II, por abdicación de su padre el emperador Carlos V de Alemania y I de España (16 enero 1556) retirado al monasterio de Yuste. Cuando Felipe subió al trono, la guerra del protestantis- mo contra la religión se hallaba en su período más álgido y humanamente hablando, el triunfo dependía del partido que Felipe adoptase. ¿Qué habría sucedido si el rey de España y de los Países Bajos, esposo de la reina de Inglaterra, joven y dotado de las más altas prendas, se hubiese hecho protes- tante? ¿qué, si para estar á bien con todos, hubiese proyec- tado conciliaciones imposibles, una mesticería, un catolicis- mo liberal, por medio de algún INTERIN como su padre en Alemania cuando quiso hermanar en la paz á católicos y protestantes? Basta plantear estos problemas para que se comprenda su magnitud. Felipe no vaciló en declararse ín- tegramente católico y dispuesto á impedir que el protestan- tismo se propagase en sus dominios; empero desde este mo- mento hubo de prepararse á sostener una lucha gigantesca contra los príncipes protostantes, cuya fuerza había creci- do inmensamente por la unión del poder espiritual al tem- poral. Fundó un absolutismo católico (sin quebrantar la autoridad religiosa) para resistir al absolutismo protestan- te. Tal es el punto de vista desde el cual conviene mirar á Felipe II. Los que le censuran, si son católicos, no conocen lo premioso de las circunstancias en que se hallaba para cumplir su misión de salvar el catolicismo en España. Esta gloria incomparable del trono español, murió á 13 de sep- tiembre de 1598, en el Escorial. Fué amigo de los santos de su tiempo, Ignacio, Teresa, Francisco Javier, Francisco de Borja, etc., etc., favorecedor de todas las empresas útiles, alma de la resistencia á la invasiones protestantes, pruden- te en todas sus cosas y politico consumado. Si en todo no fué acertado, no puede dudarse de su buena fe, ni es lícito dudar de su recta intención. De los males de su tiempo no tuyo la culpa él, que procuró disminuirlos, sino la época en que vivió y el conjunto de circunstancias extraordinarias

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