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sus ánimos el temor de la revancha, y de un castigo horroroso si los franceses ven- cían en el asalto. Por esto, y aconsejados por los mismos ingleses, venían á someter- se sobre la base de la retirada de estos, con armas y municiones. El Rey hizo su entrada solemne en Tro- yes en medio de demostraciones de júbilo, de las tropas y ciudadanos que fraterniza- ban como buenos franceses. A la mañana siguiente, temiendo Juana alguna mala sorpresa, quiso asistir'á la re- tirada de los ingleses; hizo bien, pues los enemigos se llevaban prisioneros á alou- nos franceses. «En nombre de Dios, les di- jo ella, no los llevareis», y mandó poner- los en libertad. Por fin en Reims.—Los troyenses es» cribieroná Reims que hiciesen lo que ellos, y Juana suplicaba al Rey que se diese pri- sa. En el camino pidió á las guarniciones que se rindieran, y á la nueva de los pro- digios realizados por ella, ciudades y cas- tillos se le entregaban respondiendo á sus requerimientos. Los habitantes de Chalons se presenta» rra al trono de Francia; la fase de la guerra pre- sente se debía al tratado de Troyes, firmado por Isabel de Baviera, madre de Carlos VII en virtad del cual la corona de Francia debía pasar á la ca- beza de Enrique V (N. del T)

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