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raciones. Tal es el orgullo del hombre- Juana, ignorante de este proyecto de Du- nois, y sintiéndose cansada, se hubía reti- rado á su cuarto, quedándose dormida. De pronto sus Voces la despertaron y se la oye gritar: «¡Mis armas, mi caballo, la sangre de mi gente corre por el suelo!» «Mi Con- sejo me ordena ir contra los ingleses,» le dijo al caballero de Aulón que acudió al dar los gritos.» ¡Oh Dios mío, qué mal se ha hecho! añadió en medio de sus lamenta- ciones. ¿Por qué no me han dicho la ver dad? ¿por qué no me han despertado antes” Nuestros pobres soldados tienen una peno- sa labor ante una fortaleza. ¡Pronto mis ar- mas, mi caballo! ¡traedme mis armas! Creóriase que la inspirada era víctima de una exaltación, pues todo parecía estar tranquilo y las calles silenciosas. Pero Juana está ya á caballo; coge su bandera y con asombro de todos se dirige á galope y sin guía hacia un lugar del cual nadie le había hablado. Vióse obligada á parar, al ver á los sitiados volverse á la ciu- dad conduciendo á heridos, lanza un grito de patriótico dolor y dice: «Siempre que veo correr sangre francesa, los pelos se me ponen de punta». Pero es preciso detener la efusión de esta sangre vertida noblemen- te por la patria; es preciso impedir que el

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