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corro de Juana. Se empeñaron, pues, en no seguir el consejo de Juana, y retardaron por su falta de fé y por su desobediencia la salvación de Orleans y de Francia. No pudiendo combatir por culpa de los jefes, Juana se ocupó en moralizar y pre- parar el ejército, continuando sus deberes de jefe guerrero. El enemigo.—Los ingleses habían res- pondido á los requerimientos de la carta de Juana, con el desprecio y los insultos mas soéces y ultrajantes. Además, porque sus tropas podían estar sobrecogidas de temor con el pensamiento de combatir contra una enviada del cielo, hicieron pasar á Juana por una bruja, y no pudiendo quemarla en persona, habían decidido según su bárbara costumbre de entonces, quemar al mensajero de la carta, Guyenne, cogido prisionero contra todo derecho. Al saberlo Juana, dirigióles un segundo requerimiento, reclamándo la li- bertad de Guyenne. Pero persuadidos los ingleses de su próxima victoria, creyendo que nada en la tierra era capáz de retener- los en el camino de la victoria, respondie- ron de nuevo con insultos. Juana, estimando en su noble sencillez que su sola presencia bastaría quizá para iluminar sus espíritus y conmover sus co- reromos, avanzó haste el puesto más pali-

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