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Los soldados de diversos cuerpos, ven- cidos unos, y dispersos otros, se habían reunido allí al llamamiento del Rey. En esta época, la mayor parte eran unos pillos sin costumbres y sin religión, y habiendo oido que una joven, que se decía enviada de Dios, era la destinada á llevarlos á la victoria, declararon gran número de ellos que no obedecerían á la joven visionaria. Pero un famoso guerrero La Hire, jefe res- petado por todos, salió de las filas y con voz poderosa gritó: «Juana, juro que mi compañía y yo os seguiremos á todas par- tes», y enseguida se operó un cambio ines- perado en los ánimos, y los descontentos se callaron. Juana sin embargo quería al- go más que parecía irrealizable, y que solo una enviada de Dios podría conseguir. Por orden de sus «Voces» que le hablan, que Dios no quería servirse para la obra de la liberación de tantos hombres manchados con toda clase de culpas. sin que fuesen purificados con su autoridad de jefe, man- dó Juana á los soldados que se confesasen; ellos hiciéronlo, y como ha dicho muy bien Michelet, volviánse á encontrar como en sus mejores días; todos jóvenes como Jua- na; con ella empezaba una vida nueva. No- temos un detalle. La Hire, era gran blasfe- mo, pero la heroína le acostumbró á noju-
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