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peregrinaciones con el fin de obtener la paz. En el año en que tienen lugar los he- chos que relatamos, celebrábase un solem- ne jubileo, y con esta ocasión cerca de 200.000 personas acudieron á Nuestra Se- ñora de Puy en Velay. Era este santuario celebérrimo en aquella época, y por eso no es de extrañar que llegasen allí hasta de la tierra de Juanita, como vino su misma ma- dre á rogar por Francia y pedir fuerza y valor para los suyos. En la casa de Domrémy todo el mundo vivía triste desde la partida de nuestra heroína. Muchas lágrimas se habían verti- do; el padre devoraba en silencio sus som- brios pensamientos; la madre regaba con el llanto de los ojos la rueca que en otro tiem- po hilaba con tanta alegria, mientras su buena hija trabajaba á su lado; ni los niños se atrevían á pronunciar el nombre de su hermana fugitiva. No sabían lo que había sido de Juana, pero tampoco querían pen- sar nada malo de ella. La religión solo los sostenía en su: dolor y rezaban. En el castillo.—En el castillo de Chi” non. Juana veiáse rodeada de honor y de respeto. Al día siguiente de la solemne en- trevista con el Rey, la joven fué introduci- da en la cámara real. Un señor de noble porte se adelantó á ella. «Es mi primo el

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