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— 120 portó á la humilde doncella. Satisfechos sus enemigos de haber probado á todo el mundo y á todos los siglos que Juana ha- bía mentido al hablar de su misión divina no se cuidaron ni poco ni mucho de cum- plirsu palabra Todo esto es verdadera- mente pequeño y risible, indigno y exe- crable en un gran pueblo. Cauchón pronunció inmediatamente la sentencia que condenaba á Juana no á la muerte, por entonces, sino á cadena perpé- tua. ¿Porqué razón? Para que pudiera llo- rar sus culpas y se resolviera á no come- terlas más. Como Juana. sonreía pensando en su libertad, los ingleses decían á los Jueces. «¿No veis que juega con nosotros y que esa adjuracion es una burla? Terminada la lectura de la sentencia ju- dicial, la Doncella se volvió hacia los ecle- siásticos que la rodeaban y les dijo alegre- mente: «Londucidme á vuestras prisiones y que por fin. me vea libre de estos ingle- ses.» Para Juana la prisión de la Iglesia era paz, era descanso, consolación y espe ranza: era el triunfo de la verdad en una palabra, y con esto la libertad y la salva- ción de Francia; pero ¡oh dolor! desgarróse toda su alma, la sangre se le heló en las venas y todo su ser sufrió un estremeci- miento horrible cuando oyó la voz de Cau- chón que gritaba á los soldados: «Condu-
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