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cía sugestionada con poder trabajar aún en la salvación de su Patria y con el deseo na- tnral de vivir, cosa nada extraña en una jo- ven de 19 años. exclamó al fin: «Me some- to á la Iglesia» y con las manos cruzadas y en actitud suplicante dirijióse 4 S. Misuel rogando que le acousejara y guiara al mis- mo tiempo. (1) Lo que solicitaban sus ene- migos era la sumisión de Juana en el senti- do que ellos querían. Esta trazó sobreel pa- pel una cruz y firmó la fórmula que le pre- sentaban añadiendo: «Más vale firmar esto que ser quemada» pero enseguida agresó solo me retracto de lo que plazca á Nues- tro Señor.» Sin embargo. los Jueces no hi- cieron caso- de esta última rectificación. Juana, pues, acababa de firmar sin saberlo que se reconocía culpable de todos los crí - menes de que era acusada ¡Horrible enga- ño! Esta firma que la debía salvar por el momento pero que no la salvaba, porque los ingleses entreveraban en sus falsas promesas la esperanza de encontrar otra razón para hacerla morir, ningún bien re- 1) En este apurado trance se acercó á Juana el pérfido y traidor Soyseleur que se hacía amigo de Juana por orden de Cauchón para engañarla me- jor, Juana había puesto en él su confianza y como sacerdote que era atendía sus consejos. Llegóse pues á ella y le dijo al oido: «Haz lo que te dicen». eN, dev Ly.

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