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dola á peso de oro, solo por odio. Los in- gleses trataban de su compra por vengar en ella todo lo que se había perdido. y por recobrar en el espíritu de los soldados y en el del pueblo con la muerte vergonzosa que se proponían darla, el prestigio y el poder que les hacía falta para reconquis- tar el terreno perdido, y someter á Francia de una vez y por entero á su tiranía. Esta- ban locos de alegría. Las campanas tañián á fiesta en las ciudades sometidas á su do- minio. Una pobre mujer que tuvo el buen acuerdo y la valentía de confesar que Jua- ná era una buena doncella, sufrió el casti- go de ser quemada. ¡Qué crimen! Los in- gleses querían que se la juzgase como mu- jer infame, poseida del demonio y digna de todo suplicio. Porque si se la consideraba como envia- da del cielo para expulsarlos de Francia, según Juana lo proclamaba siempre, su causa estaba juzgada, su conquista era in- justa, su autoridad sobre Francia irregu- lar y usurpada. Era pues preciso tener á Juana en su poder y entregarla á la muer- te no de cualquiera manera, sino por con- sejo de sacerdotes, y en nombre de la mis- .ma Iglesia. En esto emplearon toda su ha- bilidad los ingleses. la heroína.—Nuestra heroína aun du- rante la prisión seguía teniendo la ob-
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