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- il o testaba. «He dado mi fé-á otro y manten- dré mi juramento hasta el fin». En aquel momento pensaba ella en el soberano de su país y sobre todo, en el Soberano del cielo. Por fin desarmáronla y la encadena- ron como cautiva. Fué aquel un triunfo verdadero para los enemigos de Francia; parecióles que recobraban el trono apoderándose de la li- bertadorada que había hecho ver á Euro- pa entera, que, en el transcurso de los si- glos no se había registrado un milagro tan grande como el que Dios obraba por me- dio de ella en la nación francesa. Tenía á la sazón 18 años y solo hacía uno que había emprendidc la obra de la reconquista de su patria para su Rey.
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