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sorden á su ejército, y nadie pudo recom- ponerla jamás. No consintió ver al Rey hasta que sus Voces se lo mandaron; fué también á Bour- ges donde se hallaba la Reina, donde la veneración de todos hizo que la tragesen rosarios, medallas y otras cosas para que ella las tocase; pero ella con gracia sin- gular se las presentó á una señora dicién- dole sonriente: «tóquelas Vd. será lo mis- mo» Guerra.—Cada día hacíase más emba- razosa su situación llegando á ser un obstá culo para la corte del Rey, quien á fin de alejarla de sí, la mandó con un pequeño ejército á las órdenes del señor de Albret á tomar las fortalezas de las orillas del Loire no sometidas aún. Había ella pedido acompañar al duque de Alencón á Norman- dia: petición que le fué denegada, En San Pedro-el-Montier en Nievre mandó dar un asalto, en el cual los franceses fueron re- chazados, pero Juana continuaba defen- diéndose con una pequeña escolta, cuando el caballero de Aulón temiendo E su vida le gritó ¿Que vais á hacer sola?. —«No estoy sola, le contestó Juana quitándose el casco; tengo todavía 50.000 soldados y no me marcharó de:aquí hasta tomar la ciudad» y Aulón estupefacto solo veía tres ó cuatro hombres á su alrededor, Mas Juana, sin

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