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LA CREACION DEL HOMBRE 11 ta a este respecto es un absurdo que se destruye pensando en el espíritu con que el hombre viene adornado. Como no hay error que no haya dicho algún «pretendido sabio» también en este punto to- paréis muchas veces con Ameghinos que os vienen con sus extrañas filogenias (1). No es ciertamen- te nada glorioso para nosotros suponer un origen tan bajo como el que ellos suponen. No es el hom- bre, hemos dicho, un término del desarrollo evoluti- vo de la materia ni del animal. Es fácil afirmar «supuestos» aunque no se puedan probar, por solo ir contra el dogma católico y por sentar plaza de sabio entre los infinitos necios de la incredulidad. Como a priori niegan todo poder creador divino, tie- nen que echar mano de hipótesis fantásticas para explicar de algún modo la creación y la vida del hombre. Oskar Hertwing el más prestigioso biólo- go moderno discípulo y sucesor de Haeckel en Ale- mania y como éste continuador de Darwin, ha teni- do que confesar que las corrientes materialistas jun- to con el carcomido edificio del darwinismo no pue- den ya resistir los más profundos conocimientos con- quistados en todos los terrenos de la ciencia de la Biología (2). Dadas las ideas que reinan en la Biblioteca ma- terialista sobre la evolución del mundo orgánico, (1) Las teorías filogenéticas de Ameghino fueron re- batidas en Ibérica, n. 210 y en otras partes, (2) La evolución de los organismos. 3 edic., Ibérica, n.? 478,
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