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22 EL PROBLEMA RELIGIOSO — ¿Puedo pedir su razón? —Os la daré muy llana y resueltamente. Es tan- ta la luz de la verdad en la hora actual; tanto se ha escrito y discutido sobre ese tópico, siempre impor- tante, que sólo pueden no ver esa luz los que volun- tariamente cierran los ojos, y por ende, los desgra- ciados de la incredulidad son «desgraciados volun- tarios...» —¡ Pero a veces es tan difícil dar con la verdad ! —Lo que es difícil es dar con la sinceridad de co- razón. —La naturaleza y la educación abren con fre- cuencia entre la virtud y la verdad, abismos de una profundidad horrenda. -A eso obedecen la mayor parte de las objecio- nes de la incredulidad. Por lo demás, la religión y sus verdades están suficientemente demostradas, mu- chísimo más que la mayor parte de esas otras creen- cias y opiniones naturales a las cuales consagran los sabios toda su existencia. El mal profundo que debemos lamentar en la juventud es que pone la inteligencia al servicio del sentimiento en vez de poner el sentimiento al servicio de la inteligencia. —Pero hay enemigos de la fe y ardientes defen- sores de los derechos de la razón entre sabios vie- jos que armiñaron su cabeza con la nieve de los años y de los estudios... —Os lo concedo, y para explicaros ese fenóme- no debo recordaros este pensamiento de Rousseau: el filósofo da preferencia al error inventado por él

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