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DE LA RELIGION CATOLICA 243 jetar nada al conjunto, se empeña en discutir deta- lles. La multitud de los mártires con que se glori- ficó la Iglesia, no es una leyenda. Basta leer el «Gesta martyrum». Hasta el siglo xv11 todo el mun- do estaba de acuerdo en este asunto. La palabra de San Agustín que decía: «Toda la tierra, es decir: todo el mundo romano ha sido enrojecido de sangre cristiana» (1), ha sido mirada como eco fiel de la verdad, hasta que en 1684 apareció el libro que me acabáis de mencionar, escrito por el inglés Enrique Dodwell. Pero es natural que ignoréis que ese libro aparecido en Oxford fué refutado en 1689 por el benedictino Ruinart, en la Introducción de su obra «Acta sincera martyrum». Modernamente Ernesto Havet volvió a resucitar la tesis de Dodwell; pero Havet es parcial en sus juicios, superficial en su in- formación y hace poco peso en la crítica. Los descubrimientos de Rossi en las catacumbas romanas han dado un mentís al libro de Dodwell y a Havert. El mismo Renán en su libro «L'Eglise chretienne» (2) afirma de solos los dos primeros si- glos, que aquellas persecuciones constituyen una de las páginas más negras de la historia y la vergilenza de la civilización antigua.» Es en vano hablar sobre el fundamento jurídico de aquellas persecuciones: siempre el exterminio del nombre cristiano; y el mi- lagro está en que, como decía Tertuliano, la sangre (1) Sermo 300. (2) Pág. 314.

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