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pi PA A di le fac a tr | La corrección A y honradez del ] incrédulo. 228 EL PROBLEMA RELIGIOSO sión de abusar de una amistad traicionándola ? <No», le dice el grito interno... Podrá el hombre sucum- bir al conjuro de las tentaciones, pero ¿cuántas ye- ces la fe es una brida? ¿En cuántos momentos la fe «muerta» grita desde su sepulcro y aterra? Se dice generalmente que el hombre moderno ha olvidado y repudiado sus creencias reveladas. Pero lo cierto es que la eternidad, el cielo y el infierno se le presentan constantemente en el acto de querer obrar el mal, y que si mo logra alejarlo de pronto del camino del crimen, sirven para detenerlo y para que no se hunda con tanta precipitación... Termino, pues, esta contestación, diciéndoos que si hay, en efecto, hombres que contradicen en la prác- tica sus creencias, en general, la conducta de las per- sonas creyentes en el misterio divino es incompara- blemente mejor que la de los incrédulos... —Hay incrédulos incapaces de traición y de ini- quidad; de una conducta regular y no objetable. —¿Cuántos conocéis vos que sin ideas religiosas guarden esa conducta? Posible es que por honor, decoro, y por esa luz interior que Dios da a todos, ajuste el incrédulo su vida a la moral más o menos perfecta... Eso podrá ocurrir mientras no se inter- ponga algún poderoso motivo que lo impulse a lo 'contrario. Pero careciendo del freno de lo sobrena- tural en una tentación violenta, ese hombre sucum- birá. A ese incrédulo sin creencias ni leyes reveladas, puesto en la necesidad, luchando entre el honor y el apremio que le aqueja, nadie le daría su dinero
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