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a O a o o Pr A rr + A A 198 EL PROBLEMA RELIGIOSO cionar la posesión de la dicha que nos proporciona el ejercicio libre? —No, sino que bajo esa ley, bajo el suave yugo del deber religioso, el hombre logra mejor la dicha, logra por medio de ella lo que sin ella no podría lo- grar. El deber religioso no supone ningún vejamen para los atributos del hombre; en cambio le estimula hacia el bien y le asegura la felicidad, dando perfec- ción a la libertad. —¿Cómo me explica usted eso de que la ley re- ligiosa perfecciona al hombre? —Queda bien explicado en lo dicho. Mas notad que nosotros somos limitados en nuestra visión men- tal y en nuestra acción moral. El deber religioso nos impide que esa limitación nos sea perjudicial. La ley resulta para el corazón lo que la línea de hierro del ferrocarril para el vehículo que traslada el co- mercio y la riqueza de un punto a otro sin desca- rrilarse y sin detención... es el progreso. —¿Dónde se proclamó la ley religiosa? —En aquella primera alborada de la humanidad en medio de la hermosura inefable del Edén, en el momento mismo en que empieza el comercio sobre- natural de Dios y el hombre, dice aquél a éste: «Rey eres de la creación; todo el paraíso está a tu disposición, pero no comerás del fruto del ár- bol de la ciencia del bien y del mal, porque en cual- quier día que comieres, morirás.» ¿Está clara la con- dición? Los teólogos están concordes en admitir que cuando Dios habló a Adán, además de las verdades
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