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DE LA RELIGION 193 en los incrédulos más tenaces. Cuando se les mueren las flores del ideal, viene a substituir su terquedad el aroma de la flor del sentimiento religioso. No tiene el hombre ningún interés en destruir el divino puen- te de la religión cuando le es preciso partir... Bien sabéis que el mismo Byron educaba a su hija en un convento de Italia y confesaba de sí mismo que cada vez se sentía más inclinado al Catolicismo; que Montesquieu recibió con la mayor devoción los sa- cramentos al final de la vida; que Marmontel-al fin de su existencia volvió completamente al Cristianis- mo; que también quiso volver Voltaire, y Víctor Hugo, etc., etc. —¿Entonces la ciencia es hipócrita? —La ciencia mó, los pseudo-científicos, frecuen- temente, sí. No es la ciencia la que los aleja de la religión, sino el orgullo y el amor a la libertad, por- que la religión no es un monólogo, ni sólo un credo sino práctica y diálogo con Dios... Por lo de- más, cuando desaparece el mundo ante el hombre, éste se acuerda del cielo... Nuestro deber es hacer siempre cada vez más fir- me y bello ese medio por el cual subimos a la dicha elevando todas las ansias del ser humano. Como las aguas del mar se purifican evaporadas en el espacio para volver a descender dulces y fecundas, así to- dos los dolores humanos se suavizan en aquella al- tura religiosa, y descienden más dulces y perfuma- dos por la esperanza. Los brazos que levantamos ha- cia el cielo no se tienden en el vacío. La religión es la 15

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