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CNA tr e PS 192 EL PROBLEMA RELIGIOSO pueden reputarse como los «piojos de la cien- cia» (1). —Yo he oído llamar caduca a la religión y ce- menterio del fanatismo a las ruinas que le causa la ciencia. —No haya cuidado: mientras no varíe la arqui- tectura del alma y siga siendo obra de Dios, buscará a Dios y la religión será una necesidad del espíritu y la primera piedra del orden en las naciones. J. J. Rousseau en el mismo «Contrato Social» que tanto ponderaron los liberales, dice: «que jamás se fundó Estado ninguno sin que la religión le sirviera de base». Polibio declaró a su vez: «que el santo temor de los dioses es todavía más necesario en los pueblos libres que en los otros». Pero de esta mate- ria hay citas por millares, y entre ellas ésta del ac- tual Presidente de Norte América, Coolidge: «El desarrollo intelectual no hará sino aumentar la con- fusión si no va acondicionado del desarrollo moral. Y no conozco otra fuente de potencia moral que la que parte de la religión.» —¿Cómo entonces son tan tenaces los adoradores de la ciencia en negar la religión? —Me obligáis a repetirme, y no es esto lo que quiero, A la puerta del sepulcro pliega sus alas de hielo el raciocinio, y empieza a obrar el corazón aun (1) La religión de la ciencia no pudo cumplir sus pro- mesas y Fernando Brunetiere se lo echaba en cara en 1895 escribiendo el famoso artículo: «Después de una visita al Vaticano.» Suya es la frase: la bancarrota de la ciencia.

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