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DE LA RELIGION —Parece que se siente usted lleno de indignación ante tamaño proceder. —Efectivamente, no es' para menos que el hom- que en alas del genio sondea lo mismo el mundo inmensamente grande que el inmensamente pequeño, que pudo adueñarse del océano de los aires por la aviación y del océano de los mares por la navega- ción; que supo encadenar el rayo para que escribie- ra con chispas de oro su pensamiento en regiones remotísimas se deje dominar por rastreras concepcio- nes por no querer elevarse a reconocer los derechos de su Creador... y busque la explicación de cosas tan santas y hondas en el mundo experimental por no po- nerse en diálogo con Dios. Pero la verdad invenci- ble es esta: la ciencia no puede decirnos nada sobre el origen de los seres si no queremos escuchar a Dios; y como ignora de dónde proviene el primer átomo que hubo en el universo, así ignora el origen del sentimiento religioso. Y el caso es que como en- cuentra existentes los primeros átomos que se en- gendraran en el universo sin darse el hombre cuen- ta, así encuentra existente las primeras plegarias re- ligiosas sin saber de dónde procede aquel inicial im- pulso de religión. —Explíqueme usted, pues, el origen del senti- miento religioso. —En todo fondo humano hay problemas latentes que no resuelve la ciencia. Ni puede averiguar su origen ni puede saber su destino; tampoco conoce porqué va cruzando esta vida en un océano de dolo- 185 El verdadero origen del senti- miento religioso.

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