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164 EL PROBLEMA RELIGIOSO sión... No volverá jamás a implorar perdón... Si a pesar de todo, por ser Dios misericordioso y por ser el hombre desgraciado, pudiera el pecador entrar en el cielo, Dios sería un juguete de las pa- siones del hombre. —¿De modo que no hay remedio para el conde- mado? —El pecador al salir del cuerpo cae en la eterni- dad, como el árbol abatido por el leñador, que allí queda donde le hizo caer la segur. Mientras vivi- mos, seamos vasos de arcilla o de tierra glutinosa, somos susceptibles de cambiar de forma. Tan pron- to como llega la muerte, somos como vasos cocidos que endurecidos por el fuego, conservan siempre la misma forma. Indudablemente la pena no sería eterna si pudie- se cambiar de voluntad, dice Santo Tomás, pero como enseña el Cardenal Billot, y es doctrina cató- lica, el alma fuera del cuerpo, concluído el estado de viadora, ya no está en condición de cambiar de orien- taciones ni de desdecirse de su precedente adhesión al pecado. Digamos, pues, para no culpar a Dios de cruel, que la eternidad de pena no existe sino en función de la eterna persistencia de la disposición perversa de los réprobos. No se obstinan éstos en el mal, porque son condenados, sino que son conde- nados porque son obstinados en el mal. La obstina- ción es la causa, no el efecto de la condenación. Así que, terminaremos diciendo con el eminente Billot: el misterio de la eternidad del castigo hay que bus-

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