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a La eternidad de los castigos. 160 EL PROBLEMA RELIGIOSO —Lo que horroriza no es precisamente el castigo del infierno sino la eternidad de ese castigo. —Hay razón para ello; mas dejemos declarado que un castigo temporal no haría el efecto apeteci- do y buscado por Dios... A la misericordia del cielo obstaculizaría un castigo temporal. —Pero ¿cómo explica usted la eternidad de ese castigo? —Primeramente por la eternidad del alma casti- gada. Durante la vida podía ella elegir la vida o la muerte, la dicha o el tormento. El tiempo era la prueba. Cerrado el tiempo de la prueba, es como si a un criminal de lesa majestad se le sentencia a pena capital. La majestad del Rey ofendido se cas- tiga con la muerte temporal; la majestad de Dios tantas veces ultrajada se castiga con muerte eterna, El hombre, aunque sea una majestad, sólo puede reinar en el tiempo. Dios es infinito y eterno, su ofensa debe tener castigo correspondiente. —Mas siempre parece excesiva la pena eterna. —Ni los protestantes que tantas cosas niegan, ne- garon jamás esta eternidad del castigo. La fisiono- mía inviolable del infierno es esa eternidad. Un cas- tigo inferior y temporal no satisface ni a la justicia divina ni a la condición del alma humana ni a la calidad de la ofensa cometida. Ya he dicho lo que escribió sobre el asunto el mismo Virgilio. Si bien se considera el pensamiento de la antigiedad, se verá que en esa eternidad del castigo hallaba un motivo de alegría más que de tristeza, porque era la mejor

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