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EL DOGMA DEL INFIERNO 157 toico emperador que hasta escribe libros acerca de la justicia, pero luego los pisotea como padre y como príncipe, ya por no dar importancia al caso de su conducta, o ya por no perder la tranquilidad y el aura popular. Estos príncipes no son guardianes del orden y de la moral; son más bien traidores al deber público. ¿Por qué ha de ser vengador un Dios que no hace otra cosa que abandonar al hombre injusto a las consecuencias de su crimen? Hay que tener en cuenta la máxima de San Juan Crisóstomo: «En el orden moral, nadie sufre más perjuicios que el que a sí mismo se causa...» O co- mo se lee en el libro de los Proverbios (V): «El malvado queda ligado con los -lazos de sus propios crímenes.» —Otra objeción escuché al mismo profesor. —Exponédmela. —Dios exige de nosotros el perdón de los enemi- gos. Nos obliga pues a una generosidad de alma no practicada por El mismo en el infierno. Eso es confundir la condición de Dios con la del hombre y el perdón del hombre con el perdón de Dios. Si el perdón de Dios se redujera a la pro- porción del perdón del hombre, no podría exigir la purificación interna. El perdón del hombre para con otro hombre se reduce a la conducta exterior; no reclama que se haya borrado el pecado. Porque se perdone un mal, no se reclama que este mal se haya suprimido... El perdón que yo doy no borra en el La objeción del perdón de enemigos.
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