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CAPITULO VIII EL DOGMA DEL INFIERNO Yo os desafío a que me pro- béis que el infierno no existe. Diderot. Che nell pensier rinuova la paura. Dante. —¡ Dura palabra es la de infierno! —No la hemos inventado nosotros; y aunque sea dura, no es tanto como la realidad... Si el creer en el dogma del infierno es cosa fuerte, ¿qué no será el tenerlo que sufrir? Y esta es, por desgracia, la verdad: muchos que rehusan dar su asenso al duro infierno, tienen que convencerse por experiencia... de su realidad. —¿De veras es «preciso creer» en ese dogma ho- rroroso? —Quien no lo creyere habrá de averiguarlo des- pués lo cual será peor... El que no cree, ya está juzgado. —Hay muchos que lo niegan. —La negación, empero, no es una doctrina, y por contera «el negar» no es probar que no existe. Aquí es donde los impíos quieren hacer valer su viejo ar- gumento: «no veo, luego no debo admitir, argumento necio y anticientífico. Todos sabemos que haciendo pasar un rayo de sol a través de un prisma de cris- El dogma te rrible y lo in- visible,

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