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142 EL PROBLEMA RELIGIOSO —¿Cómo queréis que lo sea habiendo en la tierra hombres justos y pecadores; santos unos y crimina- les otros?... Es imposible un mismo fin cualitativo para contrarios procederes. ¿Cómo pueden estar juntos en el mismo banquete y en la misma mesa del gozo, Voltaire, el genio del odio, y San Vicente de Paul, el genio del amor? ¿Cómo se puede presumir que sea una misma la suerte del que vivió combatiendo a Dios y del que vivió inmolándose por El? —¿ Creéis posible que Dios siendo justo y podero- so a la vez estableciera el mismo premio final a los verdugos y a la víctima? La justicia y la abnegación tiene un premio eterno; el odio y la maldad tiene que esperar un castigo eterno. Me pone usted de nuevo en un conflicto horri- ble. El hombre llamado a gozar de la posesión de Dios tendrá que sufrir un castigo eterno lejos de El? —Estas son las palabras de 1. C.: Tbunt úi (los ma- los) in suplicium aetermum, justi autem in vitam ae- ternam. Los justos irán a la vida eterna del goce... los impíos y pecadores al suplicio eterno del castigo... Ante estas palabras formales y definitivas no hay hombre que no se sienta sobrecogido y que no ex- perimente una emoción profunda que suba del co- razón a los ojos y se dilate por toda la frente. A veces la emoción demasiado fuerte se asoma a los labios para «negar»... pero la verdad del maestro no se borra con la negación del incrédulo. —Es cierto...

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