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132 EL PROBLEMA RELIGIOSO blos no se pueden engañar por ilusión... Es una ver- dad clara que cuando todos los pueblos y razas con- vienen en una idea es que la idea brota en la natu- raleza misma del hombre. Que la idea de la inmortalidad sea universal se prueba cabando las abrasadas arenas tropicales; re- moviendo las eternas nieves del polo; estudiando las teogonías y pinturas de la caverna del troglodita, los dólmenes y neuhires de los celtas y germanos, Doquiera haya vivido el hombre han quedado rastros de esa creencia. Asiria con sus ruinas sesenta veces seculares; Egipto con sus esfinges y pirámides cal- cinadas por el sol de tantos siglos; Grecia con el poema del ciego Homero; Roma cargada con los despojos del viejo mundo; el Talmud con las prome- sas de ultratumba y el Corán mismo con el paraíso de sus huríes. Todo ello es un libro escrito con pá- ginas diferentes sobre el tema de la inmortalidad y de la vida futura; todo encarna un recuerdo de per- petuidad desde edades remotas. Las pinturas encon- tradas en la cueva de Altamira en España son más viejas que los dólmenes y pirámides de Egipto y pertenecen al período pleistoceno. Las losas repulcra- les y monumentos megalíticos del período neolítico comprueban de una vez la vejez de la idea de la vida futura en medio del género humano... —¿Es pues cierto que todos los siglos han visto caer los cadáveres de sus seres queridos en la huesa envueltos en un sudario de resurrección y de inmor- talidad?
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