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de si, apareciendo en esa guisa, puede adorársele, no en razón de demonio, sino en razón de la apa- riencia que reviste. Santo Tomás enseña que sin pecado no puede adorársele, a no ser con expresa condición de si tu es Christus, porque es a veces difícil discernir en esta suerte de apariciones la verdad del aparecido. Cuando el Angélico, Scaramelli, Bistelius, Antonio del Espíritu Santo y otros muchos místicos, se ocupan de esta cues- tión, es que el demonio, atento a engañar las almas, puede mezclarse en estas visiones, que llevando aspecto de venerabilidad resulten as- tucias suyas... ¿Quién negará, pues, que como puede tomar el demonio la forma de Cristo para atraer hacia sí la adoración de las almas, puede también realizar fenómenos como el de Limpias? ¿Concurre en estas manifestaciones de la pe- queña población montañesa algo que acuse inter- vención diabólica ? Una de las señales que abona la verdad sobre- natural de las visiones dichas, es el efecto que causan... Cuando, como resultado de la aparición, acude al alma una luz maravillosa, un nuevo ar- dor de fe, una emoción más férvida para lo bue- no, un resurgimiento señalado de vida espiritual, parece asegurada la condición aceptable de la ex- traordinaria manifestación. Para nosotros, aunque el demonio puede aparecerse como apareció a Eva en forma de serpiente, y como apareció a

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