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cape a la fuerza de las atestiguaciones. Creemos sinceramente que para dar asenso a una visión real, para recibir como buena una visión objeti- va, no es necesario ser un Ramón y Cajal, ni ha- ber sabido lo que son las capas retinianas según Gasett, ni las teorías histológicas de Wilbrand acerca de las células pigmentarias epiteliales de la retina humana, ete. Sin esa erudición histoló- gica nos acostamos tranquilamente a las realida- des sensitivas del órgano óptico. ¡Pues no sería malo que con el fin de recibir por buena una vi- sión, hubiéramos de analizar cada vez las células y bastoncitos, los conos bipolares y amacrinos del sistema celular del ojo! Me basta saber que la fi- siología normal sobre la percepción del colorido espectral, de la intensidad luminosa, de las dis- tancias y magnitudes relativas, no padece altera- ción notable. El conjunto de las células-conos constituye el ojo diurno, el adaptado a la visión del colorido que durante el día se percibe y no de noche. Al- tera la percepción del colorido la intensidad luminosa, cosa que no ocurre en el templo de Limpias, donde el fenómeno se percibe a la luz ordinaria del sol que entra por los ventanales, y ala luz de la electricidad que sin profusión demasiada alumbraba el Santo crucifijo. En ha- bitaciones obscuras los colores verde y azul cla- rean más que los amarillo y rojo, y por eso

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