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pensar que los que han certificado las manifesta- ciones del Cristo bendito fuesen todos víctimas de perturbaciones funcionales del sistema nervio- so. Conocemos perfectamente las teorías de Pi. tres y Raymond sobre las modificaciones bruscas por influencias psíquicas O por causas físicas. Sa- bemos que ciertos síntomas O señales de estas en- fermedades no tienen evolución regular, y que sobrevienen sin orden preestablecido; que eso ocurre en uno o en otro caso aislado siendo en- fermo, quien no lo parecía, ni estaba, no lo discu- timos; lo que negamos es que ocurra de pronto, y en el mismo lugar, bajo el mismo fenómeno y a tantos testigos que han llegado a certificar el su- ceso en días y períodos diferentes. Sabemos que la neurosis y el histerismo son a veces contagio- sos, y ha habido casos clínicamente estudiados, atacados de histeria, personas diversas, bajo la presericia de una exaltación extraordinaria. Pero, ¿es regular que se afirme que en ese contagio han sufrido « precisamente » los que parecían me- nos aptos a la sugestión? ¿No ha habido duran- te las peregrinaciones personas verdaderamente neurasténicas que nada han visto? ¿No han vuel- to con el dolor de no haber visto nada muchas señoras piadosas y caballeros de sólida virtud que fueron con vehemente deseo de ver algo? Siempre que ha sorprendido al mundo un fenó- meno sobrenatural, extraordinario, al punto ha

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