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ción de aquella cabeza y aquel rostro bello en ex- tremo que, al entrar, nada estético digno de notar se nos presentó en la Sagrada imagen. Tampoco obró en nosotros efecto alguno esta visión. «En el momento de la consumación volvimos a mirar al Cristo, a quien en aquel instante enco- mendábamos nuestra diócesis, y lo vimos como en los otros casos, llamándonos la atención, pues no la teníamos fija en él, mover de un lado a otro los ojos. Cuando notamos el primer movimiento nos dió un vuelco terrible el corazón, casi no po- díamos respirar; latía con fuerza inusitada, los nervios se excitaron, y como fuera de dominio, estuvieron largo tiempo. y se precipitó el cora- a ¿Por qué nos asustamos zón y se excitaron los nervios al ver el movimiento de los ojos cuya mirada no venía sobre Nos? ¿Por qué no aconteció eso al verle abrir y cerrar la boca y mover la cabeza ? En todas estas manifes- taciones se veía la angustia de un moribundo, de quien lanzó el último suspiro, a quien se le va la vida, y en ellas sumo dolor de angustia extrema... Por la tarde vimos al Cristo abrir y cerrar la y no por la mañana, cuan- y boca y fué a esta hora, do sentimos vivos deseos de quedarnos de rodi- llas ante Jesús crucificado. y si pudiéramos usar el y «Eso es lo que vimos, lenguaje bíblico, os lo diríamos con las enfáticas palabras de San Juan : « El que vió, da testimonio
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