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ración, hace aún pocos años, notándolo un padre Paul aunque quedóse luego inédito y secreto por razones de prudencia. Recientes aún las relaciones de periódicos y folletos, es casi inútil el recordar el suceso. Que- remos dar a su relato un matiz de blandura, de serenidad y sencillez, copiando lo que dice su digno párroco ; hélo aquí : «Hoy 30 de marzo de 1919 último de la misión dada en esta parroquia por los reverendos padres 'apuchinos del convento de Montehano, Anselmo de Jalón y Agatangelo de San Miguel, termina- do el acto de la comunión general, de ocho y me- dia a nueve, empezaron a notar primeramente unas niñas llamadas Pilar Palacio, de once años; María Dolores Aldecoa González, de trece años; Angélica Piedra Prado, de trece años; Catalina Gómez Cuadra, de diez y seis años, que vestidas de blanco habían asistido en el presbiterio al pia- dosísimo acto, que la imagen del santo Oristo de la Agonía dirigía sus miradas en varias direcciones y pecho se advertía como un y que en su cuello sudor; fenómeno que advirtieron también varias personas de uno y otro sexo y llamaron la aten- ción de los padres que estaban el uno en el púl- pito y el otro en el altar mayor. Conforme se iba notando el prodigio unos iban clamando con vo- ces de perdón y misericordia, mientras que otros

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