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A j 1 13 ] hi 4 4 Ñ j ¡ l Ñ ll i static ED RDA id A ta — 234 — que el padre Urbano, tal vez se la habría retra- sado mucho esa hora. Estamos conformes en lo que aconteció al padre Gemeli con sus dos famosos milagros presentados a la Comisión de Sanidad de Milán. Ello da la medida de cómo se oponen los faltos de fe a admi- tir el milagro ; ello dirá también al padre Urbano que con semejantes incrédulos no basta la com- probación, por muy científica que sea. No quieren creer, y ante este escollo se agotan los recursos humanos. El criterio de los incrédulos esese mismo que señala el padre Urbano al decir: «recono- cían la gravedad de los testimonios y rechazaban de plano el milagro ». El calvario pasado por el padre Gemeli ante la Associazione sanitaria de Milán el 10 y 11 de enero de 1910, cuando quiso poner a discusión las cura- ciones milagrosas de Pedro Rodder y de Juana Tulasnc es la que padece la Iglesia en el tribunal de la crítica incrédula. Mas las exigencias de este tribunal no son el regulador de lo justo y de lo verdadero; para ese tribunal no hay hechos milagrosos porque sencillamente para él no hay milagros. « La tremenda responsabilidad que contraemos al exponer las verdades sacrosantas de nuestra fe a las befas de los sectarios por alguna impruden- cia de nuestra parte» la reconocemos todos. El 'aso es, saber apreciar en qué está la impruden-

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