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Ea y Una escultura sin líneas ni formas adecuadas, sin vida artística, no me entusiasma, ni eleva, ni me habla de la religión, como otra obra de arte monumental, donde reflejó el artista su fe su amor y el tesoro de su inspiración. Siempre considero las bellas producciones del arte delicioso como flores hermosas que embelle- cen la estirilidad de los siglos; la devoción mis- ma que engendran o fomentan, es más aromosa, más suave, más pegadiza. Por eso las obras artísticas de un pueblo forman su tesoro, y Limpias cuenta con ese te- Soro. El Templo de Limpias. La gente pueblerina no suele generalmente apreciar el valor de los monumentos que posee; pero sabe sentir su eficacia. Hace diez y nueve años cuando visitábamos por primera vez el templo de Limpias, parándonos a mirar la portada del templo, entre churrigueres- co y renaciente, uno de los ahora felices morado- res de la villa, viéndonos absortos en aquella guisa, interrampiónos : ¿ Qué ve usted padre ahí, que le llame la atención ? Estoy leyendo un libro del siglo XVI que no es precisamente un joyel, pero es bastante para llamar la atención. Aquí y ahí dentro de la igle-
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